Terrence Malick nos trae su quinta película en 40 años, la galardonada con la Palma de Oro en el Festival de Cannes, la tan deseada El árbol de la vida.
El filme nos habla de las desventuras de una familia en un pequeño pueblo del Estados Unidos de los 50. Concretamente se centra en Jack (en la edad adulta Sean Penn), el mayor de los hijos y su relación con su madre, tierna y dulce (Jessica Chastain) y su padre (Brad Pitt), severo e intransigente. A su vez, en una suerte de juego dicotómico, esta historia se funde con otra paralela sobre el nacimiento del universo y la vida.
El árbol de la vida es de esas cosas que no deja indiferente a nadie, te gusta o no te gusta, te parece un tostón o te encandila. La película deja poso, recuerda más a arte, que al cine de entretenimiento, y se agradece. Los minutos transcurren y el filme avanza con la musicalidad propia de los mejores poemas. Malick consigue retratar la relación fraternal en la infancia con una magia tan natural que los que la hayamos vivido nos veremos reflejados y los que no, echarán de menos no haber tenido hermanos. Los primeros treinta y cinco minutos son bellamente confusos, la hora y media restante es conmovedora, habla de la pérdida y el dolor con una lírica trágica. Es cierto, que parece que por momentos la simbiosis de las dos historias no se mantiene, pero finalmente consigue aguantar el tipo.
En definitiva, las pretensiones filosóficas y existenciales sacian al espectador ávido de densidad artística, no al que busque estar dos horas en "off".